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LOS AZTECAS.11 Nov 13 - 18:14 Manuel Yáñez Solana Los Aztecas INTRODUCCIÓN Un fascinante testimonio Yo, Bernal Díaz del Castillo... lejos de la costa de México, descubrimos países densamente poblados habitados de indios. Construían casas de cal y canto, adoraban dioses a los que sacrificaban seres humanos, cultivaban maizales y poseían oro... Cuando les preguntamos de qué parte traían el oro y aquellas joyezuelas respondieron que de hacia donde se pone el sol, y decían Culúa y México... En la mañana del 7 de noviembre de 1519 partimos de Ixtapalaya muy acompañados de aquellos grande caciques... íbamos por nuestra calzada adelante, la cual es ancha de ocho pasos y va tan derecha a la ciudad de México que me parece que no se torcía poco ni mucho... Desde que vimos cosas tan admirables, no sabíamos qué decir, o si era verdad lo que por delante parecía, que por una parte en tierra había grandes ciudades y en la laguna otras muchas, y veíamoslo todo lleno de canoas, y en la calzada muchos puentes de trecho a trecho, y por delante estaba la gran ciudad de México; y nosotros aún no llegábamos a cuatrocientos... Ya que llegamos donde se aparta otra calzadilla que iba a Coyoacán, que es otra ciudad, donde estaban unas como torres que eran adoratorios, vinieron muchos principales y caciques con muy ricas mantas sobre sí, con galanía de libreas diferenciadas las de los unos caciques de los otros y las calzadas llenas de ellos. Aquellos grandes caciques enviaban al gran Moctezuma adelante a recibirnos, y así como llegaban 5ante Cortés decían en su lengua que fuésemos bienvenidos... El gran Moctezuma venía muy ricamente ataviado según su usanza y traía calzados unos como cotaras, que así se dice lo que se calzan, las suelas de oro, y muy preciada pedrería por encima de ellas... En el comer, le tenían sus cocineros sobre treinta maneras de guisados, hechos a su manera y usanza, y teníanlos puestos en braseros de barro chicos debajo, porque no se enfriasen, y de Figura l. Encuentro de Hernán Cortés y Moctezuma en una de las plazas de México-Tenochtitlán aquello el gran Moctezuma había de comer guisaban más de trescientos platos, sin más de mil de para la gente de guarda... Le guisaban gallinas, gallos de papada, faisanes, perdices de la tierra, codornices, patos mansos y bravos... Cuatro mujeres muy hermosas y limpias le daban aguamanos en unos como a manera de aguamaniles hondos, que llaman xicales... Traíanle frutas de todas cuantas había en la tierra, mas no comía sino muy poca. De cuando en cuando traían unas como a manera de copas de oro fino con cierta bebida hecha del mismo cacao... Puede observarse la diferencia de culturas por sus vestimentas. Tenía muy buenos arcos y flechas, y varas de a dos gajos, y otras de a uno, con sus tiraderas, y muchas hondas y piedras rollizas hechas a manos, y unos como paveses que son de arte que los pueden arrollar arriba cuando no pelean, porque no les estorbe, y al tiempo de pelear, cuando son menester, los dejan caer y quedan cubiertos sus cuerpos... Dejemos esto y vamos a la casa de aves, y por fuerza me he de detener en contar cada género de qué calidad eran, desde águilas reales y otras águilas más chicas y otras muchas maneras de aves de grandes cuerpos y hasta pajaritos muy chicos, pintados de diversos colores, y también donde hacen aquellos tan ricos plumajes que labran de plumas verdes... Digamos de los grandes oficiales que tenía de cada oficio que entre ellos se usaban. Comencemos por lapidarios y plateros de oro y plata y todo vaciadizo, que en nuestra España los grandes plateros tienen que mirar en ellos... Pues labrar piedras finas y chalchiuis, que son como esmeraldas, otros muchos grandes maestros. Vamos adelante a los grandes oficiales de labrar y asentar de pluma y pintores y entalladores muy sublimados... Pasemos adelante y digamos de la gran cantidad que tenía el gran Moctezuma de bailadores y danzadores, y otros que traen un palo con los pies, y otros que parecen como matachines... No olvidemos las huertas de flores y árboles olorosos... y de sus albercas y estanques de agua dulce... Cuando llegamos a la gran plaza, como no habíamos visto tal cosa, quedamos admirados de la multitud de gente y mercaderías que en ella había y del gran concierto y regimiento que en todo tenían... Comencemos por los mercaderes de oro y plata y piedras preciosas, plumas y mantas y cosas labradas, y otras mercaderías de indios esclavos y esclavas. Traían tantos de ellos a vender a aquella plaza como traen los portugueses los negros de Guinea, y traíanlos atados en unas varas largas con collares a los pescuezos, porque no les huyesen, y otros dejaban sueltos... Pasemos adelante y digamos de los que vendían frijoles y chía y otras legumbres y hierbas a otra parte. Vamos a los que vendían gallinas, gallos de papada, conejos, liebres, venados y anadones, perrillos y otras cosas de este arte, a su parte de la plaza... Como subimos a los alto del gran Cu, en una placeta que arriba se hacía, adonde tenían un espacio como andamios, y en ellos puestas unas grandes piedras, a donde ponían los tristes indios para sacrificar, allí había un gran bulto de como dragón, y otras malas figuras, y mucha sangre derramada de aquel día... Luego Moctezuma le tomó por la mano y le dijo que mirase a su gran ciudad y todas las demás ciudades que había dentro del agua, y otros muchos pueblos alrededor de la misma laguna en tierra, y que si no había visto muy bien su gran plaza, que desde allí podría ver mucho mejor. Después de bien mirado y considerado todo lo que habíamos visto, tornamos a ver la gran plaza y la multitud de gente que en ella había, unos comprando y otros vendiendo, que solamente el rumor y zumbido de las voces y palabras que allí había sonaba más que de una legua. Entre nosotros hubo soldados que habían estado en muchas partes del mundo, en Constantinopla y en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan bien compasada y con tanto concierto y tamaña y llena de tanta gente no la habían visto... El historiador Bernal Díaz del Castillo, que acompañó a Hernán Cortés durante todo el periodo de la conquista, no describió la ciudad de Bagdad y su mercado, aunque se diría que el relato se aproxima a un escenario de «las mil y una noches». Estaba exponiendo su primera impresión de México Tenochtitlán, la capital del imperio azteca, y de su máximo gobernante. ¿Qué enigmas rodean a los aztecas? Podríamos asegurar que los mismos que a los otras dos grandes civilizaciones de América: los mayas y los incas. Sin embargo, los aztecas ofrecen una singularidad específica, ya que su «imperio» no cubrió los dos siglos, cuando los mayas superaron el milenio. Este pueblo que se hacía llamar «los hijos del Sol» se regía por el sistema de clanes, que estaban obligados a repartir el 9trabajo entre las familias y, sobre todo, a cubrir las necesidades de cada uno de sus miembros. Los mismos clanes se cuidaban de seleccionar a sus dirigentes, hasta llegar a la pirámide de la que saldría el máximo gobernante. Sin embargo, la verdadera autoridad se hallaba en manos de los sacerdotes-astrónomos, cuyos conocimientos científicos, mágicos, médicos y adivinatorios eran inmensos. Desde que el niño nacía quedaba a merced de estos religiosos de «todo». Pero, ¿de dónde provenía el gran saber de los sacerdotes? Ésta es una de las respuestas que vamos a intentar responder en su momento. Es cierto que ha quedado otra cuestión en el aire, sobre todo luego de leer la introducción de Bernal Díaz: ¿cómo fue posible que algo más de medio millar de españoles pudieran someter a Moctezuma y a los cinco millones largos de habitantes de México? ¿De qué medios se sirvieron? ¿Acaso intervino una fuerza misteriosa, un poder sobrenatural? Otra cuestión que aparece en el relato son los sacrificios humanos. Se habían realizado esa misma mañana del 7 de noviembre de 1519, ya que la sangre era reciente... ¿Qué tipo de ritual es éste? ¿Para qué lo necesitaban los aztecas? ¿Quiénes eran sus víctimas? ¿Cuántos llevaron a cabo? Desde la primera línea del mismo escrito, se puede apreciar que los españoles fueron recibidos como huéspedes. Entraron en palacio, permanecieron en las estancias privadas de Moctezuma, recorrieron los jardines y, más tarde, visitaron el gran mercado de México-Tenochtitlán, que a todos los pareció más grande que los conocidos en Europa. Entonces, ¿qué pudo cambiar la situación hasta el punto de que estallase una guerra en la que morirían casi cien mil aztecas y sólo doscientos españoles? No hay duda de que muchos son los enigmas que se encierran en este acontecimiento. Un gran número de ellos los intentaremos despejar por medio de una veraz información, que se halla respaldada por los documentos históricos. La vida normal de los aztecas No quisiéramos ofrecer la idea de que los aztecas eran unos seres perversos, que apresaban a sus enemigos para someterlos a sacrificios ritualizados, que en ocasiones se convertían en actos de canibalismo. Todos estos seres humanos mantenían una vida muy bien organizada. Desde los templos les indicaban las horas de la actividad diaria y nocturna. Sabían lo que debían realizar en cada momento; y trabajaban con una gran eficacia. Ninguna otra civilización ha celebrado más fiestas que ésta, todas las cuales se hallaban regidas por un calendario perfecto, en el cada día y cada mes tenía su nombre y su divinidad. Los momentos claves de su existencia: el nacimiento, el bautismo, el proceso de aprendizaje, el matrimonio, la llegada de los hijos y la muerte contaba con un ritual, junto a unas obligaciones y derechos, que impresionaron a los europeos que los conocieron. Ante la dificultad que presentaba la capital del imperio para realizar las labores agrícolas, debido a que había sido edificada en una inmensa laguna, que la convertía en una especie de Venecia, crearon un sistema de cultivo de lo más original y práctico, con lo cual todas las familias pudieron disponer de una milpa o terreno para sembrar maíz, su alimento básico, y otras plantas comestibles. Como no sólo era una sociedad materialista, a los aztecas llamados servidores (no deben ser considerados siervos, mucho menos esclavos), les enseñaban los oficios con tal maestría, que ésta se aprecia en unos trabajos que alcanzan el nivel de artísticos. Algo que se ve en los monumentos, las joyas, las pinturas, los bordados, la cerámica y en tantas otras obras extraordinarias. A los aztecas guerreros, desde niños se les acostumbraba a las armas. Pronto aprenderían su manejo y, al llegar a la adolescencia, ya estarían participando en batallas cortas, donde las victorias debían ser inmediatas al no disponer de animales de carga y moverse en un terreno muy hostil. Mientras, memorizaban canciones, escuchaban historias y se movían al ritmo de los adagios o los refranes. La necesidad de contar con muchos guerreros llevó a que se consintiera la poligamia, siempre que el marido pudiese alimentar a todas las concubinas, sin olvidar que esposa era la primera mujer y la que mandaba sobre todas las demás. Las pirámides y la astronomía Casi no hace falta que se diga, porque los documentales televisivos nos han dejado ver que las pirámides de la India y Birmania son muy parecidas a las de México, aunque no tanto como las de Egipto. Más de una docena de historiadores han querido encontrar una relación entre estas civilizaciones, por no considerar casual el hecho de construir unos templos de tan peculiar geometría. Otros estudiosos apuntan la idea de que ciertos estados espirituales llegan a propiciar esta tendencia a lo triangular, en un plano gigantesco, para aproximarse a la idea más ancestral que se tiene de los dioses. Sin despreciar ninguna de estas ideas, lo que va a importarnos ahora es que las pirámides representan una suma de conocimientos propios de una civilización muy adelantada. En especial cuando el suelo del que se dispone, como sucedía en México, se hallaba sometido a terremotos y a la actividad volcánica. Estos imprevistos cataclismos geológicos no ocurrían con mucha frecuencia, pero el simple hecho de que apareciesen en periodos no inferiores a los tres años, cuando no se presentaban dos o más en uno solo año, debía ser tenido en cuenta por los arquitectos. ¿Qué podríamos decir de la astronomía? Existen pruebas de que los aztecas obtuvieron muchos de estos conocimientos de otros pueblos anteriores a ellos, lo mismo que los mayas; pero su calendario era distinto al de éstos, lo mismo que su horóscopo. También utilizaban una escritura pictográfica diferente; y se servían de otro tipo de matemáticas. El dios Quetzalcóatl Los aztecas adoraron a Quetzalcóatl, un dios que también se encuentra en la mitología olmeca, al que llamaban Serpiente Emplumada o la Estrella de la Mañana (el planeta Venus), que les enseñó todo lo mejor de la civilización, al convertirles de salvajes en seres humanos capaces de crear y superarse. No obstante, un día los indígenas dejaron de oírle y, desengañado, tuvo que marcharse hacia el este. Se alejó por el Gran Lago (el océano Atlántico); pero prometió que volvería. Los aztecas le esperaban desde hacía mucho tiempo... ¿Qué relación tuvo esta creencia con la llegada de los españoles a las costas de México? Al mismo tiempo, no olvidaremos que este pueblo se llama «hijo del Sol«, porque lo habían colocado en el primer lugar de su panteón divino. Las religiones que comenzaron a venerar al Sol provienen del Paleolítico Superior, una época que coincide con la última glacialización de la Tierra, precisamente cuando el estrecho de Bering estaba cubierto por los hielos, con lo que permitió las grandes migraciones de los nómadas asiáticos al continente americano, donde no sólo se extendieron para sobrevivir, sino que llevaron sus ideas y creencias. El profesor Marcel Homet realizó una serie de viajes por Sudamérica, debido a que le interesaba estudiar las religiones que adoraban al Sol. Esto le llevó a descubrir que en todas partes había testimonios de estas creencias, desde Venezuela a la Patagonia. Lo mismo pudo comprobar al remontar el ecuador terrestre para llegar a México. Así pudo resaltar la paradoja de que los aztecas, como otros indígenas «cristianizados», hubieran cambiado su religión primitiva por otra surgida en unas tierras donde también se adoró al Sol, hasta que la Biblia y, más tarde, el Nuevo Testamento produjeron el gran cambio. Lo que tampoco pasó por alto, fue que los indígenas más sencillos, los que vivían en las regiones míseras, mantenían una religión que era una mezcla de la cristiana y la antigua azteca, por lo tanto entre sus dioses se encontraba el Sol, al que en ocasiones representaban con una cruz resplandeciente. Un frívolo testimonio Los sacerdotes-hechiceros proporcionaban a los enamorados una serie de conjuros para influir en la persona deseada. En este caso sólo eran palabras, las cuales componen un frívolo testimonio, que puede resultar revelador a la hora de valorar el grado cultural de los aztecas. El conjuro fue recogido por Patrick Johansson en su libro «La palabra de los aztecas»: En el cristalino cerro donde se paran las voluntades, busco una mujer y le canto amorosas canciones, fatigado del cuidado que me dan sus amores y así hago lo posible de mi parte. Ya traigo en mi ayuda a mi hermana la diosa Xochiquetzal (Venus), que viene galanamente rodeada de una culebra y ceñida por otra y trae sus cabellos cogidos en su cinta. Este amoroso cuidado me trae fatigado y lloroso ayer y anteayer, y esto me tiene afligido y solícito. Pienso yo que es verdaderamente diosa, verdaderamente es hermosísima y extremada, hela de alcanzar no mañana ni otro día, sino luego al momento; porque yo en persona soy el que así lo ordeno y mando. Yo el mancebo guerrero que resplandezco como el Sol y tengo la hermosura del alba; ¿por ventura soy algún hombre de por ahí y nací en las malvas? Yo vine y nací por el florido y transparente sexo femenil... Curiosamente, el sortilegio no terminaba en este punto; sin embargo, el texto fue censurado por el transcriptor, al considerarlo muy procaz o, como lo llamaríamos hoy día, «pornográfico». Una valoración que no existía para los aztecas, ya que consideraban lo carnal como una práctica más, y no de las primeras en el orden de sus deseos, aunque ninguno la hiciera ascos si la ocasión se le presentaba. Conviene resaltar en este punto que la violación de una joven virgen, como de cualquier otra mujer, era severamente castigada. Esto no quitaba para que, como se suponía que la futura esposa iba a sufrir al perder la virginidad, se debiera acostar antes con los hermanos o amigos más íntimos de su marido, para no obligarle a «sufrir un instante que podía castigar al matrimonio con un mal principio«. Luego, como nadie creía que ella pudiera quedarse embarazada mientras era desflorada, los hijos que pudieran venir se consideraban de la pareja, sin el «cachondeo» que se hubieran traído los mozos castellanos, de la misma época, si lo mismo se lo hubieran hecho a una pareja del pueblo. Nunca ha de abandonarnos la idea de que estamos describiendo otra civilización, un universo cultural muy distinto al nuestro. Tampoco se parecía al existente en Europa entre los siglos XIII y XVI. Sin embargo, en muchas otras cosas resultaba bastante similar, como iremos exponiendo más adelante. Sin que importe pecar de reiterativos, todos los que nos proponemos estudiar a los aztecas, hemos de reconocer que la tarea hubiera sido imposible de no contar con la extraordinaria documentación acumulada por unos frailes extraordinarios, auténticos misioneros, hasta el punto de que predicaban desde «el interior del alma de los indígenas», por eso aprendieron su idioma, estudiaron su cultura y comprendieron su idiosincrasia. Gracias a esto, lo que iba en contra de las ordenanzas inquisitoriales, supieron recoger toda la información que les iban proporcionando los aztecas; pero sabiendo lo que era real de lo imaginario. Es posible que se guiaran más de la intuición que de unos recursos técnicos, ya que no contaban con nada parecido. Pero la calidad de sus trabajos ha sido comprobada posteriormente por los historiadores, en especial por los actuales, que son los que realmente se han tomado el trabajo como una tarea más científica que literaria. Nuestras intenciones Los enigmas son misterios que ocultan algo inquietante. Cuando se abre su «puerta«, acostumbra a aparecer lo inesperado o una visión muy diferente de lo que se había supuesto. Nosotros pretendemos esclarecer muchos de ellos; pero, como no está en nuestro ánimo convertir la obra en un laberinto de preguntas y respuestas, hemos preferido «novelizar». Disponíamos de un material muy rico, provocador y hasta excitante, lo que ha supuesto una especie de desafío. Claro que sí. Antes que nosotros han escritos autores de renombre, dueños de un estilo muy bello y emocionante, por eso hemos pretendido, al menos, igualarles al tratar todos los temas como si fueran una aventura. No nos asusta el temor de «perder calidad por el afán de resultar amenos», porque deseamos entretener e informar. Como estamos seguros de que vamos a conseguir, además, que quien nos lea sienta el deseo de ampliar sus conocimientos sobre el extraordinario mundo de los aztecas, al final del libro hemos incluido una abundante bibliografía, toda la cual se puede encontrar en las librerías o en las bibliotecas de nuestro país. Ahora sólo nos queda invitar a que se prosiga la lectura, con el animo predispuesto a ir encontrando sorpresas, emociones y un sinfín de datos que construyen un mosaico de proporciones infinitas. El propio de unos seres humanos que, luego de haber estado morando en la misma gloria, se encontraron en el borde del abismo de su total destrucción. Esto lo supieron dos años antes de que sucediera. Pero, ¿por qué no lo evitaron si dispusieron de muchas ocasiones para conseguirlo? Figura 2. Estatua del dios Quetzalcóalt tallada en porfirio rojo oscuro. Se encuentra en el “Museo del Hombre” de París. Capítulo I LOS ANTEPASADOS DE LOS AZTECAS ¿Cuándo vinieron de Asia? Si nos atenemos a la teoría clásica, no hay ninguna duda de que los primeros pobladores de América provienen de Asia, ya que en las excavaciones realizadas en el lugar ocupado por la Universidad de Alaska se encontraron restos neolíticos del desierto de Gobi. Otra gran cantidad de hallazgos de huesos de mamut, que había sido cazado con armas de pedernal y obsidiana, permitieron elevar la existencia de los seres humanos en América hacia el año 14.000 a.C. Sin embargo, las recientes apariciones de unas hogueras sepultadas han llevado la fecha hasta 35.000 a.C. aunque este dato es muy discutido. Fueron grandes tribus de cazadores las que atravesaron el estrecho de Bering, en una época de glacialización que mantenía esa zona helada, luego unía los dos grandes continentes. Se supone que todas huían de fabulosos cataclismos producidos en el centro y en el sur de Asia. Como estaban obligados a seguir a las grandes manadas de animales, al vivir preferentemente de la caza y de la cosecha de los alimentos que daban los árboles o las plantas, ya que todavía no conocían la agricultura, se veían forzados a realizar las mismas migraciones que las bestias. En el momento que se asentaron en Alaska y en el norte de Canadá, como pertenecían a diferentes tribus, no hablaban la misma lengua y tenían costumbres muy diferentes, se produjeron enfrentamientos que fueron la causa de que, al menos los vencidos, siguieran los desplazamientos, pero en esta ocasión por el interior del nuevo continente. Como esto fue sucediendo en un largo proceso de décadas y hasta de siglos, terminó por conseguir que se ocupara toda América. Algo que debió suponer un lento proceso al no disponer estas tribus de animales domesticados de tiro o de viaje, como el buey, el caballo, la mula, etc. Sólo contaban con el perro, que ya estaba ayudando en sus transportes al esquimal, mientras que a los habitantes de la América Central terminaría por servirles de alimento. Los primeros pobladores seguían encontrando la comida preferentemente de los frutos silvestres, la pesca más elemental y la caza. Se ha podido demostrar que todos los que poblaron las zonas costeras se nutrían de mariscos y de algunos peces, a la vez que seguían cazando; mientras, los del interior utilizaban unos primitivos medios de molienda, que les permitían obtener harina de las nueces y de algunas semillas, lo que les aseguraba una alimentación más perdurable que la caza, sobre todo a las tribus que ocupaban los desiertos o las grandes llanuras. Ahora se sabe que las gentes que poblaron Norteamérica se alimentaban con más de cuatrocientas especies distintas de plantas, al mismo tiempo que no dejaban de cazar. Los esquimales sólo podían subsistir con este último medio, debido a que en los hielos y las nieves no crecía ningún tipo de plantas. Ya nadie duda que una de las regiones más pobladas de aquellos tiempos remotos era la actual California, debido a la abundancia de mariscos, frutos silvestres y caza. También a que estas tribus, acaso porque contaban con los suficientes medios de subsistencia, no entraron en guerra y, hasta cierto punto, crearon una sociedad de intercambios comerciales. Se supone que el abandono de tan «idílicos parajes» se debió a una serie de terremotos. La agricultura unida a la civilización En el momento que el indígena preamericano aprendió a cultivar dio el salto definitivo que, a la larga, le permitiría crear sus grandes civilizaciones. Por ejemplo, en México se comenzó a sembrar el frijol alrededor del año 5.000 a.C. a la vez que el maíz, que se convertiría en el alimento básico de esta nación, tardó más de 2.000 años en cultivarse. Singularmente, las plantas que hemos mencionado, junto a otras muchas, no se conocían en Asia, luego debían encontrarse en el Nuevo Mundo en un estado silvestre, hasta que los seres humanos aprendieron la forma de servirse de las mismas y, a la vez, mejorar sus condiciones de cultivo. Con la agricultura se produjeron los grandes asentamientos, ya que se debía esperar a obtener las cosechas. Bien es cierto que en unas tierras tan ricas, se podían realizar dos y tres recolecciones en un solo año, en especial porque, en las zonas selváticas, el medio inicial fue el incendio de una parte de los árboles para disponer de un terreno cultivable. Como los restos de la madera quemada servían de abono, las ventajas eran muy grandes. Cierto que esta costumbre llevaba a que las tribus de agricultores se terminaran por desplazar al encontrarse las zonas de árboles que debían quemar, para seguir cultivando, cada vez más alejadas. Esto les sucedió a los mayas, hasta que idearon la manera de aterrazar los suelos e imitar a la Naturaleza a la hora de sembrar y aprovechar el terreno disponible. Más allá de la «norma»... Hasta aquí hemos venido desarrollando la teoría clásica, lo que es considerado por los arqueólogos como la «norma». Sin embargo, en realidad la forma de llegar los primeros pobladores a América se discute muchísimo, ya que un importante grupo de historiadores son partidarios de la idea de que utilizaron en frágiles canoas, pero siempre partiendo del continente asiático. La Iglesia cristiana al encontrarse con unas civilizaciones indígenas tan evolucionadas, tuvo que pensar desde cuándo se encontraban allí. Como se daba por seguro que hubo un Diluvio Universal, lo que suponía que sólo se salvaron Noé y su familia, esto llevó a que fray Diego de Durán terminase por deducir lo siguiente: La suposición ha quedado confirmada por todo lo que acabo de contemplar... Estos nativos tienen su origen en una de las diez tribus de Israel, a las que Salmanasar, rey de los asirlos, hizo prisioneras y condujo a su país en la época de Hosea, rey de Israel... Esta idea no fue compartida por Huig de Groot, uno de los precursores en el siglo XVII del derecho internacional, ya que opinaba que los indios de Norteamericana eran escandinavos, los peruanos procedían de China y los brasileños de África. Cuando Johannes de Laet se enteró de lo anterior, no dudó en escribir un libro para rebatirlo, debido a que, según sus estudios, «todos los pobladores de América provenían de los escitas». La controversia se desató en la Inglaterra de Cromwell, donde Thomas Thoroughgood escribió que había oído contar a un rabino holandés que en el Perú fue atendido por unos indígenas que practicaban la circuncisión. De esta manera la idea de que los judíos habían sido los primeros pobladores de América volvió a ocupar el primer plano. También la Iglesia de los Santos de Tiempos Recientes, cuyo texto sagrado en el Libro del Mormón, se apoya en las antiguas «Tablas Doradas de Moroni» para demostrar que las nativos de América son descendientes de una de las tribus de Israel. Sin embargo, tomando como referencia las pirámides precolombinas, a otros historiadores les resulta muy sencillo compararlas con las existentes en la India y en Birmania, ya que en poco se parecen a las egipcias, al menos en sus materiales y en la forma de construirlas, con lo que aceptan la hipótesis de que los primeros pobladores de América vinieron de Asia. Aunque aportan una novedad: entre ellos había seres muy inteligentes, pues conocían la arquitectura más elemental, que se hallaba unida a las matemáticas, al estudio del suelo, al trazado de planos, a un sistema de pesos, a la herrería y a otras técnicas. Un razonamiento más sensato Podríamos mencionar las teorías que hablan de los fenicios como algunos de los primeros pobladores de América o de los «hombres venidos de las estrellas», a los que se ve enseñando los mayores progresos técnicos: la astronomía, el perfeccionamiento de la arquitectura, la escritura por el sistema de glifos y otras formas culturales; sin embargo, preferimos apoyarnos en el texto de Víctor W. von Hagen, que en su libro «Los aztecas» cuenta lo siguiente: Esta hipótesis, sobre la cual se levantaron en pirámide las teorías arqueológicas, está asediadas por muchas partes; arqueólogos, botánicos, geógrafos, la han atacado como insostenible. Hay cincuenta características «notablemente similares» entre las culturas de las islas del Pacífico y las de América, que sólo pueden ser explicadas por difusiones transpacíficas. Los «difusionistas» insisten en que los viajes entre continentes, en balsa, barco o canoas de batangas, parecen haber sido numerosos. Aun cuando no hay pruebas, estas teorías han subsistido con base en la fe y ahora, en los últimos años, en sentimientos apasionados. Pero un sentimiento no aduce sus razones. No tiene una sola: debe tomarlas prestadas. No hay una prueba positiva en ningún lado de la cerca antropológica. Los argumentos frívolos y de peso son muchos. Esto ha conducido a que un científico británico concluya que «no obstante, la lógica de tales argumentos y los hay —buenos— de ambas partes, no se acepta generalmente como convincente y tal vez puede admitirse que la posición tomada de uno u otro lado está fortificada por la fe...» Sin embargo, hasta que surja alguien con hechos que puedan ser pesados en la balanza, el indio americano tuvo sus principios culturales en su propia suelo. El hombre neolítico primitivo era un vagabundo de tierra no un navegante; siguió la huella de los animales y vino de Asia por un puente de tierra que había sido empleado durante siglos por los mamíferos. Entonces, siguiendo la rutina inicial, que me permite elegir «de acuerdo con mi carácter e idiosincrasia, a mi propio gusto y fantasía... en un mundo, como un artista, sucedió de esta forma...» En este punto la teoría de Von Hagen coincide con la que nosotros hemos expuesto al principio del capítulo. Figura 3. Ruta seguida por los primeros pobladores de América según la “norma”. El nacimiento de Tiahuanaco En el corazón de Sudamérica, donde las selvas se hallaban preñabas de misterios, vivían unos cazadores de hombres y de animales, que se afilaban los dientes como signo de belleza y masculinidad y empleaban flechas envenenadas. Siguiendo el curso inverso de los grandes ríos, como el Amazonas o el Orinoco, se alzaba la monumental columna vertebral del continente: los Andes. En las zonas más elevadas, donde los picos habían permitido el milagro de unos fríos valles, en los que crecían las más exóticas plantas, habitaban unos seres de «poderosos pulmones», los cuales ya hablaban el aymará y, sobre todo, acababan de fundar la gran civilización de Tiahuanaco. Se encontraban en las orillas del lago Titicaca, era el año 1.000 a.C., y estaban obteniendo hasta tres cosechas en unas fértiles tierras que envidiaría el paraíso. Allí había una piedra en la que los incas situarían el origen del Sol. Mucho más lejos, en paisajes dominados por las piedras, vivían otras tribus menores, pertenecientes a la misma raza y que se entendían con una lengua llamada quechua, pero que pertenecía a una familia similar a la aymará. Más al norte, donde los Andes parecían tener fin, se hallaban las regiones de Mesoamérica y México, cuyas montañas no por ser menores dejaban de encolerizarse con tanta fuerza como la hermana grande, ya que contaban con sus grandes volcanes, algunos de los cuales llevaban muchos años humeando. Lugares que debían asustar a todo lo vivo; sin embargo, ya estaban siendo poblados por grandes tribus, a los que se conocería con el nombre de totonacas, toltecas, zapotecas, huastecas, mayas, aztecas, etc. La organización principal de todos ellos era la familia, se alimentaban preferentemente de los productos agrícolas y habían convertido el maíz en su «planta dios«. Los hombres iban materialmente desnudos, pues nada más que llevaban un taparrabos y sandalias; mientras que las mujeres se cubrían con un ceñidor y enaguas cortas de algodón hilado, pero llevaban los pechos y los pies desnudos, a la vez que soportaban el mayor trabajo dentro de la choza. Las familias formaban clanes, los cuales se integraban en unas tribus, cuyos miembros se encontraban unidos por unos lazos de consanguinidad. Se distinguían estos indígenas unos de otros por sus nombres totémicos, adoraban a unos dioses muy parecidos y concedían un alma a todo lo que les rodeaba. Labraban la piedra como ninguna otra civilización en el mundo y estaban creando su propio universo, sin ninguna otra influencia. Puede decirse que las grandes migraciones habían concluido. Desde el año 1.000 a.C. en Mesoamérica y México se iban a producir una intercambio de predominios entre sus civilizaciones; a la vez, irían surgiendo una serie de diferencias en las costumbres, en los ritos y en la cultura que les darían una personalidad individualizada. Serviría para convertirlas en pueblos autónomos en muchos conceptos, lo que resulta muy apasionante para cualquier aficionado a la arqueología y a la historia. Los misteriosos olmecas Los olmecas comenzaron a dejar testimonios culturales en México alrededor del año 1200 a.C. Se les conocía como «el pueblo que habita siempre frente a la salida del Sol». Sus principales riquezas eran el hule, la brea, el jade, el chocolate y las plumas de ave. La misma palabra olmeca provenía de «olli» (hule), y tenían como tótem máximo al árbol de la vida, al que llamaban «la madera que llora». Se cree que aparecieron en el Istmo de Tehuantepec y en la cuenca del río Coatzacoalcos, junto a la costa del Golfo de México. Sus escultores mostraban una singular preferencia por tallar grandes cabezas de dioses, superiores a los dos metros de altura, a los que representaban con la nariz aplastada al estilo mongoloide, los labios muy gruesos y unos grandes ojos rasgados. También construyeron grandes ciudades-templos, en las cuales se cuidaron de esculpir estelas de piedras, mediante las cuales indicaban el tiempo o conmemoraban los acontecimientos más importantes. A sus grandes personajes les gustaba tatuarse e introducirse jade entre los dientes, a la vez que presionaban la cabeza de sus hijos para que adquiriera una forma apepinada, lo que consideraban un signo de nobleza y, además, todos ellos se depilaban la cara y practicaban la caza de cabezas humanas, a las que desollaban y teñían, recurriendo a un sistema muy similar al de los jíbaros. Los olmecas extendieron su civilización desde el valle de Balsas hasta El Salvador y Costa Rica, y desde la costa del golfo a las montañas de Oaxaca, en la costa del Pacífico. Cubrieron un tiempo intermedio entre el periodo preclásico, el que se refiere a las aldeas, y el clásico, en el que ya dominó lo urbano. Su poder se extinguió en las proximidades del siglo V de nuestra era. Los legendarios mayas Los mayas establecieron la diferencia entre el exceso y lo divino, debido a que encontrándose en posesión de conocimientos propios de los antiguos egipcios, a los que tanto se parecieron, terminaron por creerse hermanados con los dioses, hasta considerarlos sus iguales. Aparecieron en Mesoamérica hacia el año 200 a.C. y no dejaron de construir grandes ciudades, en cuyos centros se alzaban las pirámides-templos astronómicos, en las que dejaron testimonios de sus calendarios, sus horóscopos, sus conocimientos matemáticos, ya que manejaban el cero en lo que llamaban «las cuentas largas», e influyeron en todas las culturas de México y Yucatán. Fueron mayas los enormes centros urbanos de Palenque, Yaxchilán, Tikal, Copán, Piedras Negras, Uxmal, Labna, etc. Conjuntos arquitectónicos tan impresionantes, que deslumbraron a infinidad de investigadores occidentales, algunos de los cuales no tuvieron más remedio que atribuirlos a la influencia de civilizaciones perdidas, como las unidas a la Atlántida y a Mu. Sin embargo, cada una de sus piedras había sido tallada por órdenes de unos seres humanos tan soberbios, en su calidad de sacerdotes, que se mantenían distantes del pueblo al considerarse muy superiores al mismo. Un pecado que pagarían al verse abandonados, lo que supuso que la selva terminara por ocultar sus grandes obras al quedarse estos sabios sin servidores. Como todos ellos no habían tenido la precaución de dejar sus nombres en los glifos, ya que se conformaban con indicar nada más que el año de realización del monumento, ni siquiera podemos identificarlos. Hoy día sólo conocemos sus obras, que fueron excepcionales en casi todos los sentidos. Otras grandes civilizaciones Los mixtecos debieron aparecer en el año 660 de nuestra era. Establecieron su capital en Cholula, la Puebla actual, y poblaron las costas y la altiplanicie de México. A lo largo de sus nueve siglos de existencia sufrieron el acoso de otras tribus, hasta que se transformaron en conquistadores. Eran grandes cuentistas y crearon el mito de la «Serpiente Emplumada», que luego se apropiarían todas las demás culturas de la región. Como utilizaban papel, en el que escribieron muchas de sus historias, pudieron dar testimonio de algunos de sus logros: una agricultura muy avanzada, su bien organizada sociedad, la habilidad de sus arquitectos y su ingenio en distintos terrenos del pensamiento. A los totonacas podemos situarlos en la zona de Veracruz en el año 500 a.C. Pertenecían a la raza maya, a pesar de lo cual se comportaban de una forma más parecida a los olmecas. Sus escultores sentían una singular preferencia por las figurillas sonrientes y las cabezas de piedra de tamaño natural, a las que adornaban con unas espigas, mientras que sus joyeros elaboraban grandes collares en forma de «U» compuestos de piedras negras y verdes, muy pulidas y decoradas con un exquisito refinamiento. Además, erigieron ciudades-templos que, como todos los de las otras culturas, acabarían por verse sepultadas por la selva. Los toltecas demostraron en el Valle de Anáhuac que eran los mejores agricultores. También tienen que ser considerados los más fabulosos arquitectos, ya que a su ingenio debemos la maravilla de Teotihuacán, el «Lugar de los Dioses». La empezaron a construir en el 200 a.C. y tardarían once siglos en concluirla. Constituye todo un auténtico desafío a la imaginación poder entender de qué medios se sirvieron estos hombres para realizar una obra tan descomunal, a la vez que debían enfrentarse a la necesidad de sobrevivir en un medio de lo más hostil. Teotihuacán resultó una obra tan admirada, que sirvió como ejemplo para todas las demás ciudades-templos que la siguieron. Sin embargo, los toltecas habían conseguido muchas otras cosas más: hilaban el algodón, lo que les permitió disponer de diferentes clases de ropas, en sus casas los baños de vapor ocupaban un lugar especial, tenían una escritura ideográfica, usaban libros de amatl, una especie de papel extraído de la pulpa del maguey, y desde siempre habían seguido a los sacerdotes-astrólogos. Gracias a los consejos de uno de estos maestros construyeron la gran ciudad de Tula, que fue gobernada por Quetzalcóatl y que se tardaría casi tres siglos en finalizarla. De ésta se decía que era un lugar rico en palacios de verde jade y conchas blancas y rosas, donde las espigas de maíz y las calabazas alcanzaban el tamaño de un hombre y el algodón crecía de todos los colores en las plantas y en el aire; mientras, aves de mil colores daban goce a la visión de un conjunto de tanta hermosura que desafiaba los resplandores del mismo sol... La unión de todas estas civilizaciones, junto a otras muchas que ocuparon el suelo mexicano, formaron una especie de tapiz para los aztecas. Éstos pertenecieron a la civilización más tardía, ya que aparecieron en el año 1.200 de nuestra de era, pero sus dirigentes supieron reunir todos los conocimientos de los anteriores, para formar una rica amalgama que merece la pena ser estudiada con meticulosidad, ya que nos permitirá aclarar algunos enigmas. Figura 4. En la ciudad tolteca de Tula gobernaba Quetzalcóatl. «Las Siete Cuevas» Los aztecas debieron dar comienzo a su larga marcha hacia el año 1168. Tardarían más de un siglo en llegar al valle de México. Uno de sus asentamientos ha recibido el nombre de Chicomoztoc o «Las Siete Colinas», con lo que se ha pretendido indicar la costumbre de vivir en las montañas. Como no habían dejado de avanzar, se fueron encontrando con distintas tribus, que les obligaron a combatir. Esto comenzó a forjar en los dirigentes de este pueblo trashumante la necesidad de formarse como guerrero. Una vez cruzaron la región de Michoacán, entraron en el altiplano por la zona de Tula. Conviene tener en cuenta que estamos mencionado un proceso de cien años, luego el avance resultó lento, con largas paradas en busca de las regiones más propicias. En este tiempo aprendieron a cultivar el maíz; y lo convirtieron en su alimento básico. También comenzaban a ser dirigidos por los sacerdotes, a los que daban el nombre de «portadores de dios». Figura 5. Aztecas construyendo uno de los templos-pirámides de México-Tenochtitlán Capítulo II LA FORMACIÓN DEL PUEBLO AZTECA «Los que no tenían nada» Se supone que los primeros aztecas pisaron al valle de México, al que llamaban Anáhuac, en el año 1.168 de nuestra era. Este dato lo dejaron registrado por medio de su calendario. Como eran una tribu trashumante, luego no tenían un tierra fija, pudieron haber nacido en unos parajes que hoy ocupa Estados Unidos (en Texas o Nuevo México). Hablaban el náhuatl, que era la lengua de los toltecas. Las demás tribus les denominaban «los que no tenían nada». Realmente, eran tan pocos que jamás impresionaron a nadie, ya que apenas sumaban más de cinco mil seres humanos. Esto no les impidió llevar con orgullo una rica mitología. Sus sacerdotes contaban que hacía muchos soles, cuando las luces y las sombras se peleaban por dominar la Tierra, habitaba en una cueva profunda el siempre famoso Huitzilopochtli, al que también llamaban Mago Colibrí, el cual les había dejado oír este sabio consejo: Moveros sin descanso en la búsqueda de las tierras donde podáis cultivar el maíz. Pero enviad siempre exploradores, pues sólo de esta manera evitaréis al enemigo de hoy y al de mañana. Quedaros en el sitio elegido durante el tiempo de la siembra y la cosecha. En el momento que la recojáis, volved a poneros en camino. Sólo os estableceréis permanentemente allí donde veáis un águila, con una serpiente en su pico, que estará posada en lo alto de un cactus. Pero llevadme a mí como bandera, porque soy Huitzilopochtli, el que siempre os protegerá. Sólo os pido que me alimentéis con corazones humanos, que extraeréis de los cuerpos sacrificados. Mejor si éstos pertenecen a unos bravos guerreros... Los aztecas nunca dejaron de seguir estos consejos, tan cargados de prudencia y, a la vez, de crueldad. En su continuo peregrinaje fueron absorbiendo los conocimientos de las otras tribus; pero como lo hacen las piedras del fondo de los ríos: por decantación o filtraje. Sólo se quedaban con lo que realmente les interesaba. En el momento que pretendieron multiplicarse, no se les ocurrió otra cosa que secuestrar a las mujeres de sus vecinos, lo que trajo consigo que se les persiguiera encarecidamente. Muchos fueron sometidos a la esclavitud; pero otros consiguieron escapar y se hicieron más astutos. Tanto como para llevarse a sus presas simulando que habían sido víctimas de alguna bestia salvaje y, más tarde, cuando necesitaron un mayor número, utilizaron a sus jefes para solicitar a las esposas que necesitaban. De esta manera surgió una terrible leyenda... La hermosa princesa despellejada Los aztecas ya vivían en las zonas pantanosas del Lago de Texcoco cuando libraban las más duras batallas. Como estaban considerados unos valientes, a pesar de los pocos que eran, el jefe Coxco les pidió ayuda antes de entrar en guerra con Xochimilco. Todos se ofrecieron a servirle, porque estaban dispuestos a obtener los mayores beneficios de su esfuerzo, pues no les cabía en la cabeza la posibilidad de fracasar. Los guerreros trashumantes, los «que nada poseían», se mostraron tan astutos y decididos, que no tardaron en hacerse con treinta prisioneros, a los cuales cortaron una oreja con sus cuchillos de obsidiana antes de que finalizara la batalla. Nunca habían realizado nada semejante; pero entendieron que suponía la mejor forma de que se reconociera su valor. A la mañana siguiente, mientras Coxco se estaba felicitando por la victoria, que había supuesto la captura de más de veinte enemigos, cayó en la cuenta de que los aztecas estaban allí con las manos vacías. Esto le llevó a reprocharles que no hubieran intervenido en la batalla. Sin embargo, cuando hubo terminado de hablar, el jefe de los aztecas le preguntó por qué a cada uno de los prisioneros les faltaba una oreja. Seguidamente, ante el asombro de todos los presentes, extrajo las treinta orejas de una bolsa que colgaba de su hombro derecho. Entonces, Coxco se sintió tan desconcertado por su error que, como desagravio, prometió hacer a tan bravos guerreros el mayor regalo que le pidieran. Pero se fue a encontrar con que debía entregarles a su propia hija, debido a que, según le dijo el jefe azteca, ella será la iniciadora de la casta más respetable que haya conocido nuestro pueblo. El caudillo de los tenochcas no se volvió atrás de su decisión, pensando que iba a entregar a una esposa. Lo que no sabía era que la hermosa princesa sería sacrificada en el templo de los aztecas, luego se la desollaría y, por último, su piel se convertiría en el vestido del sacerdote principal, el cual pasaría a representar a la Diosa Naturaleza, gracias a la cual pensaba convertir a su pueblo en el más respetable y poderoso de la región. El padre de la princesa descubrió la verdad cuando ya había finalizado la macabra ceremonia, y él vestía sus mejores galas, lo mismo que se había hecho acompañar por todo su séquito. Entonces, dominado por una cólera volcánica, dio orden de que se matara a todos los aztecas, lo que no pudo suceder, debido a que los verdugos de su hija eran más veloces que el puma y conocían el arte de borrar las huellas dejadas por sus pies. México-Tenochtitlán, la isla que fue su capital El motivo que llevó a los aztecas a elegir una zona cubierta de lagos para construir su capital forma parte de la leyenda. Se sabe que lo hicieron en el año 1.325, porque allí vieron un águila, que acababa de dar caza a una serpiente, posada en un cactus. Esta era la imagen-señal que les había anunciado Huitzilopochtli. 31Llegaron al valle de Anáhuac, situado a 2.133 metros de altitud y donde «todo era agua» y los juncos resultaban tan gigantescos, que en ellos se hubiera podido ocultar la tribu entera sin tener que agacharse. No obstante, allí había muchas islas, que permitían ser convertidas en una sola. Consideraron que el lugar era ideal, sobre todo para unos fugitivos como ellos, debido a que acababan de escapar de las ciudades de piedra, que se encontraban en las orillas de los cinco grandes lagos y pertenecían a unas tribus muy poderosas. Los aztecas primero construyeron viviendas de cañas y argamasa, cuyos techos formaron con juncos entretejidos. Enseguida alzaron el primer templo, al que llamaron Teocali. Al momento comenzaron a sembrar en el escaso suelo del que disponían. Como no les pareció suficiente, debieron recurrir a las chinampas, es decir, utilizaron grandes canastos de mimbre de forma ovalada que, luego de haberlos desplazado por los islotes hasta dejarlos anclados en el fondo, los rellenaron de tierra y, después, plantaron las semillas de maíz junto con un pescado, que sirvió como fertilizante. Con el paso del tiempo, sembraron frijoles y otras plantas comestibles. Gracias a que se hallaban en una zona tropical, pudieron obtener hasta cuatro cosechas al año. Esta especie de cestos mágicos llegaron a sumar más de diez mil, lo que supuso que no sólo hubiera alimentos para todos los aztecas, sino que se pudiera comerciar con los sobrantes, que cada vez eran más. Así se dispuso de todo lo que se necesitaba para formar una sociedad poderosa. También consiguieron aprovechar la sal contenida en el agua de uno de los lagos. Para entonces ya habían dado el nombre de México-Tenochtitlán a su capital, debido a que allí crecían infinidad de nopales o tunas, a los que ellos llamaban tenoch. Como vemos Tenochtitlán, la actual ciudad de México, fue construida manualmente, desafiando la lógica y confiando más en la ayuda divina. Acaso en el favor eterno que les proporcionaba la piel de la hermosa princesa. Obra de titanes que en lugar de tomarse un descanso al poder disponer de la ciudad más fabulosa, se entregaron a conquistar el territorio ocupado por sus vecinos. Una costumbre que jamás les abandonaría, por haberla convertido en el medio de complacer a sus divinidades. La Triple Alianza A principios del siglos XV, en medio de la ciudad ganada a los lagos vivían dos comunidades enfrentadas: los aztecas-tenochcas de Tenochtitlán y los aztecas-tepanecas de Tlatelolco. Dos poderes lacustres que se enfrentaron en demasiadas ocasiones, buscaron la paz recurriendo a la boda entre los hijos y las hijas de sus jefes e intervinieron en varias conspiraciones, en las que participaron pueblos situados a mucha distancia. Por último se creó la Triple Alianza como defensa mutua, sin advertir que los mayores beneficiarios serían los aztecas-tenochcas. El jefe de éstos era Itzcóatl, el cual dio comienzo al imperio azteca al organizar el ejército y la religión, lo que le permitió imponer su voluntad a todos los pueblos de la zona. Una vez se adueñó de las tierras del valle, lo que debió suceder en el año 1.440, se cuidó de construir puentes que unieran todas las zonas de su desperdigada capital. Para esta obra monumental sus ingenieros se sirvieron de unas dos mil canoas (lo que ha quedado escrito en un papel), que anclaron en el fondo de los lagos como venían haciendo con los cestos gigantescos de las chinampas. De esta manera se construyeron más de cinco kilómetros de puentes, que se alargaron hasta cubrir los cuatro puntos cardinales. Más adelante, se sirvieron de un recurso similar para disponer de un acueducto, pues no contaban con la suficiente agua potable. La fueron a buscar al bosque de Chapultepec, donde crecían unos árboles de unos troncos tan gruesos que veinte hombres agarrados de las manos no eran capaces de abarcarlos. La construcción del viaducto la decidió el gran jefe Itzcóatl, cuyo nombre significaba Hoja Serpentina, el cual vivía en un palacio lleno de tapices tejidos de algodón, donde los personajes más importantes tomaban el chocolate en copas de oro, junto a unos jardines en los que se movían un gran número de animales domesticados. Al verse tan poderosos, los aztecas no pararían hasta convertirse en los verdaderos amos de todo la nación. Llegaron hasta las costas, donde se encontraba el Gran Lago (el mar), al que temían, por eso jamás construyeron embarcaciones con las que adentrarse en el mismo. Se consideraban guerreros de tierra firme, capaces de navegar en los ríos y en los pequeños lagos. Contaban con mayor territorio del que jamás hubieran imaginado, ¿por qué iban a necesitar ampliarlo en unas aguas saladas en las que habitaban los dioses y las fuerzas infernales? Figura 6. El caudillo Iztcóatl marchando hacia los templos y las casas aztecas. Las huellas de los pies indican el recorrido que siguió tan importante personaje. Dibujo tomado de un Códice. Moctezuma I, el Iracundo A Itzcóattl le siguió Moctezuma I, al que llamaban el Iracundo debido a su feroz genio. Lo había demostrado en infinidad de batallas; no obstante, en tiempo de paz probó ser un gran estratega, al conocer los recursos necesarios para conservar el amplio territorio y mantener las alianzas con las tribus que podían convertirse en enemigos. Se encargó de mejorar la vida en México-Tenochtitlán en el plano sanitario y, lo más importante, ordenó la construcción de unos diques, con el fin de represar el agua que se desbordaba de los lagos en la época de las grandes lluvias. También construyó varios templos en honor de dioses y diosas, algunos de los cuales eran adorados por los pueblos conquistados. En los tiempos que las cosechas fueron destruidas por los fríos y las tormentas, recurrió a la llamada Guerra Florida, en la que participaban los guerreros más importantes, los cuales se dividían en dos bandos, aún sabiendo que los perdedores serían sacrificados en ceremonias religiosas. Esto mantuvo ocupada a la gente, a pesar de que muchos habían decidido convertirse en esclavos, junto a sus familias, para poder comer, ya que los amos estaban obligados a mantener a todos sus siervos. Otra de las medidas que se impusieron en México fueron los tributos, que se cobraban recurriendo a la presión militar. Sin embargo, no se pudo impedir que muriese mucha gente, debido a los cinco años de «hambruna» que acompañaron a las malas cosechas. Nezahualcóyotl, el monarca de Texcoco Nezahualcóyotl fue uno de los aztecas-texcocanos que lograron escapar en el momento que los aztecas-tepanecas consiguieron el predominio en todo el país. Era un joven por aquellas fechas; no obstante, debió contar con grandes profesores, los cuales le enseñaron la manera de resucitar en sus paisanos el deseo de recuperar el poder como pueblo. Le beneficiaron mucho los resultados de las malas cosechas, al haberse generado un resentimiento muy intenso contra Moctezuma I y sus guerreros. Como los aztecas-texcocanos habían recibido tributos voluntarios de varias tribus amigas, a Nezahualcóyotl no le costó convencer a sus jefes de que volvieran a hacerlo. Esto permitió que en México resurgiera un poder paralelo, que ocuparía otros territorios, capaz de construir templos y ciudades, como la de Texcoco, que pasaría a ser la más importante de la altiplanicie. Uno de los grandes méritos de Nezahualcóyotl fue convertir la religión azteca en monoteísta, al creer en un solo dios, el único, a través de cuyo poder se manifestaba la naturaleza y del que surgían las divinidades menores. Como era un gran poeta, orador, astrónomo y astrólogo, se cuidó de fomentar el desarrollo de las artes y de la ciencia. Lo que sorprende a los historiadores es su genial habilidad para no haber sido eliminado cuando estaba creciendo su pueblo y, luego, en el momento que se hizo tan poderoso como para rivalizar con el que gobernaba Axayácatl, el hijo de Moctezuma I. Personaje amigo de las intrigas y el asesinato; pero que nunca fue en contra de Nezahualcóyotl. A éste le siguió su hijo Nezahualpilli, que gobernaría hasta 1516. Poco se sabe del mismo, aunque no debió ser un político tan diestro como su padre, ya que en ciertos momentos estuvo a punto de pelear contra los reyes de México-Tenochtitlán, aunque sí lo hizo frente a algunas tribus menores, a todas las cuales venció, y luego, incorporó a su gran imperio. El hecho que estuvo a punto de provocar una guerra entre los grandes pueblos aztecas se debió a una boda equivocada. Nezahualpilli se había casado con la hermana de Moctezuma II, la cual era tan libertina, que concedía sus favores carnales a muchos de los súbditos, sobre todo a los mejores jugadores de pelota y a los más bravos guerreros. Diversiones de alcoba que fueron cortadas en el momento que su marido decidió matarla, al recurrir a una de sus prerrogativas de soberano: podía hacerlo sin tener que consultar con los jueces-sacerdotes. Tan trágico desenlace provocó una serie de protestas y amenazas de los aztecas-tenochcas, que no llegarían más allá, por el momento; sin embargo, en 1514 Moctezuma II se vengaría al destruir el ejército de Texcoco y adueñarse de este imperio, hasta el punto de que a la muerte de Nezahualpilli, nombró un sucesor sin tener en cuenta la voluntad del consejo de ancianos de la gran ciudad. El infortunado Moctezuma II En el imperio azteca de México-Tenochtitlán a Axayácatl le siguió su hermano Tízoc, el cual es recordado por haber encargado la reconstrucción del gran templo en honor de Huitzilopochti, el Dios de la Guerr |
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